Continuando con este manual de genealogía, me pareció fundamental que quien esté armando o le interese construir su árbol genealógico, también conozca de forma breve, quienes somos desde la mirada de nuestra conformación social, de las diferentes capas culturales que confluyen en nosotros. Los chilenos tenemos historias familiares muy parecidas, al menos en una gruesa fracción y mi esfuerzo estará orientado a que se entienda por qué, por ejemplo, no hay familias francesas antes del siglo XVIII, que los esclavos africanos sí dejaron descendencia no solo en el norte grande, sino en casi todo el país; que hay pocos apellidos aborígenes aunque la inmensa mayoría sí descendemos de ellos. En fin, nuestra conformación como país se fue dando con relativamente pocos componentes, hasta que la inmigración creció, aunque de forma pequeña si la comparamos con nuestros vecinos de Argentina o Brasil y otros tantos países latinoamericanos.
Desde hace bastantes años que se viene estudiando el genoma de los chilenos. Aunque hay más publicaciones, me parece importante un libro que apareció el 2016 titulado “El ADN de los chilenos y sus orígenes genéticos”[1] porque sintetiza un cúmulo de información que resulta relevante para partir desde una base sólida. Solo echo de menos que el estudio no alcanzara a las regiones más australes.
Ancestría aborigen
La inmensa mayoría de los chilenos tenemos aunque sea un 1% de sangre nativa americana. Según el estudio señalado, la población de la zona norte de Arica e Iquique tiene en promedio un 56,1% de ancestría aborigen, la más alta del país; mientras que para la Región del Maule la cifra ascendió a un 38,6%, la más baja de la muestra. En promedio, los chilenos tendríamos un 44% de sangre nativa. El mismo grupo de investigadores desagregó el resultado indígena en amerindios del norte y del sur, mostrando que la presencia de ambos grupos está repartida por todo Chile, vale decir, personas con componente amerindia del sur viviendo en el norte y viceversa; aunque se conservan mayores presencias de ambos grupos en sus respectivos orígenes geográficos. Lo anterior me parece lógico, ya que las grandes migraciones internas en Chile se produjeron hacia fines del siglo XIX y durante todo el siglo XX.
Lo primero que se le olvida a las personas con quienes he conversado estos temas, es que los mapuches no eran el único grupo de indígenas en Chile; en el norte había Aymarás y Atacameños hacia la cordillera, Changos en la costa, Diaguitas en los valles, Rapanuis en su isla; desde el río Aconcagua aparecen los Chiquiyanes en el este y Picunches en el centro y costa hasta pasado el río Maule; hacia el sur Mapuches en el centro y costa, Pehuenches en la cordillera (mapuches culturalmente), a los que les siguen los Puelches, Poyas, Aónikenk en el este; y por el centro y costa los Huilliches (tambien mapuches culturalemente), Cuncos, Chonos, Kawésqar, Yaganes y Selk’nam. Como se puede apreciar muchos pueblos con distintos niveles de desarrollo cultural, social y tecnológico a la llegada de los primeros europeos. Con esto apunto a que, si uno encuentra un antepasado indígena en Illapel, por ejemplo, lo más probable es que fuera diaguita, no mapuche.
Cuando los primeros europeos se instalaron a orillas del Mapocho, los Incas ya habían construido en las inmediaciones de la actual Plaza de Armas de Santiago varios edificios, donde uno esperaría que vivieran y administraran los pueblos sujetos a la obediencia del Inca. Ellos ya habían conquistado el norte y en el Chile central llegaron con su influencia hasta el río Maule. En sus conquistas, los Incas no reemplazaban a la población primitiva (no la exterminaban), así que su influencia de sangre fue mínima, además de que llevaban solo unos 70 años de ocupación. Pero aunque pareciera poca influencia genética, resulta que los españoles también arribaron con indios de servicio desde el Perú. En 1540, cuando Pedro de Valdivia llegó con 150 soldados, trajo consigo 1.000 yanaconas o indios de servicio. Ellos también fueron ingresando a Chile posteriormente, apareciendo en matrículas como “cuzcos” y seguramente reforzaron la importante influencia del quechua en nuestro vocabulario (guagua, chala, cancha, etc.).
Aparte de la población nativa original, habría que agregar a todos los indígenas que llegaron a Chile provenientes del Perú más los llegados del otro lado de la cordillera, ya que durante gran parte del periodo colonial la provincia de Cuyo estuvo en jurisdicción de la capitanía general de Chile. E inclusive, habría que agregar (con sangre indígena) a todos los mestizos llegados de diferentes puntos de América, que vinieron en levas para servir como soldados; más los que llegaron por otros motivos. No hay una estadística sobre lo anterior, pero personalmente creo que fue lo suficiente para que uno la note en diversos fondos documentales.
Por todos es sabido cómo disminuyó drásticamente la población nativa con la llegada de los europeos, fundamentalmente por pestes más que por guerras. De hecho, una vez que los españoles comenzaron a colonizar las tierras del norte y Chile central, les era fundamental contar con mano de obra, que tomaban de los indígenas; y por lo tanto, para los españoles los aborígenes representaban un recurso económico que necesitaban. Con esto quiero decir que, si bien hubo una guerra permanente hasta la época republicana, cuya frontera estuvo en el río Bío Bío, hacia el norte el incentivo que tenían los españoles era a que la población indígena aumentara, no que disminuyera.
Mientras tanto, cuando los europeos se dieron cuenta de que no podrían avanzar en su conquista, se dedicaron a administrar la frontera con los mapuches, el pueblo que les ofreció resistencia. Varios trabajos han mostrado cómo la frontera fue un lugar de intercambio permanente y no solo económico, también se produjeron relaciones familiares (con secuestro de por medio o libremente) de uno y otro lado. Sin ir más lejos, un gran jefe militar por los mapuches fue el mestizo Alejo (1635 – 1660), cuyo origen revela a cabalidad lo anterior. De hecho, el intercambio entre ambos mundos se manifiesta a través del ADN, encontrándose que la población de Temuco, zona al sur de la frontera histórica, posee (en promedio) un 48,3% de ancestría europea, no muy distinta de la que hay en el resto del país.
Los indígenas pasaron por distintas etapas en cuanto a su condición jurídica para la corona española. Primero fueron enemigos, pero a los cuales había que adoctrinar en la religión católica. Como muchos conquistadores cometían abusos, también se les intentó proveer protección, como con la tasa de Santillán o la de Gamboa que regulaban el trabajo indígena. Algunos fueron dados a un “encomendero” que debía en lo formal preocuparse de ellos y recibía un tributo o servicio personal a cambio, otros eran considerados indios libres, otros de servicio e incluso esclavos en algunas etapas. Vivieron en pueblos de indios a cargo de un cacique, pero con el correr del tiempo estos pueblos fueron desapareciendo hasta terminarse en el período republicano.
Una de las formas que ocuparon los encomenderos para optimizar sus haciendas, fue trasladando a estos indígenas hacia sus mercedes de tierras. De esta forma, de la encomienda de Peumo iban indígenas a la estancia de Apoquindo, de la que era dueño el encomendero, y allí se podían asentar sin volver jamás a sus tierras originales. La encomienda fue abolida en 1791.
Este cuadro, aunque con falencias de información, permite tener una idea del traslado de indígenas. En él se puede apreciar como el 60% era inmigrante en la zona colchagüina, aunque en la mayoría de los casos de procedencia cercana, por lo tanto, como pueblo de origen debieron ser picunches; la excepción serían los indios de frontera, que representan un 10% de los empadronados, que serían mapuches [2].
Esta última presencia de mapuches se explica porque en cierto período del siglo XVII también se les esclavizó. Originalmente esto se debía hacer solamente con los que fueran capturados en la guerra, pero surgió un lucrativo negocio que provocó el traslado de indígenas desde la frontera hacia la zona central principalmente, aunque también más al norte. Este desarraigo buscaba que los indígenas no intentaran organizarse y sublevarse, temor con que permanentemente vivían los españoles.
Con el correr del tiempo se evidenció una clara disminución de indígenas “puros”, apareciendo los mestizos. En 1777-1778, en el Obispado de Santiago, que abarcaba desde Coquimbo al Maule, solo un 10% fue catalogado de indio, un 9% de mestizo y un 68% como español; sin embargo, esos “españoles” en realidad también eran mestizos, aunque con menor presencia de sangre indígena. El mestizaje partió en el siglo XVI con sucesivas generaciones que fueron mezclándose con más europeos que seguían llegando y como sus descendientes fueron asimilando su cultura, hacia fines del siglo XVIII ya eran considerados como “españoles”.
Como la conquista fue perpetrada básicamente por hombres españoles, los primeros mestizos y la mayoría de los que siguieron tenían como madre a una indígena; tanto así que actualmente se calcula que el 80% de los chilenos tenemos como antepasadas por línea exclusivamente materna a una nativa americana.
Ser indígena en la colonia solo era mejor que ser esclavo, así que intentaron por todos los medios mimetizarse con la cultura predominante, adquiriendo apellidos españoles y desarraigándose de su pueblo. Obviamente, en el proceso perdieron rápidamente su lengua y cuando se abolió la clasificación socio racial que se les daba en la colonia, prácticamente desaparecieron como grupo. Punto importante es que usaran apellidos, puesto que no existían en los distintos pueblos indígenas.
Los apellidos, como concepto, lo trajeron los europeos. Así que, los indígenas también fueron incorporando el uso de ellos (aunque fueron los españoles los que les asignaban uno al comienzo). Tomaban nombres de localidades (a veces manteniendo la voz nativa), otras veces el apellido del encomendero, del dueño (cuando eran esclavos), de familias vecinas, etc. Hasta alcanzar una forma que encajara perfectamente con lo que el modelo español necesitara, cuestión que se logró plenamente al final de la colonia. Esto trajo consigo que aparecieran González o Huertas de origen indígena, que actualmente son indistinguibles de otras familias con esos apellidos. Por lo mismo, apelar a un origen europeo solo por llevar un apellido europeo no es garantía de procedencia. Lo otro es que algunas personas asumen que su apellido es español cuando tienen dudas; por ejemplo los Jopia son de origen diaguita y algunas personas que no se convencen, me preguntan por su antepasado español de dicho apellido.
En la vereda genealógica, investigar familias de origen indígena es bastante complejo, puesto que dejaron pocos documentos e iban asumiendo apellidos que no siempre mantenían en el tiempo. Además, antes de adquirir el apellido solo se identificaban con un nombre español, que no permite distinguirlos de otros del mismo apelativo. Por otra parte, hacia el sur de la frontera del Bío Bío es imposible pasar del período republicano hacia atrás. La excepción parece provenir de familias nortinas, donde se conservaron mejor los archivos. Un investigador que se dedicó a indagar familias indígenas en el norte fue Guillermo Pizarro Vega, quien lamentablemente falleció, pero dejó trabajos sobre varias de ellas que remontan al siglo XVII.
Lo que quedaba de cultura nativa mermó considerablemente con la colonización de la Araucanía y del sur Austral. El caso de los Selk’nam, que desaparecieron en su totalidad, evidencia el desprecio y mal trato que se les dio. Los Rapa Nui han sobrevivido apenas. Curiosamente no fueron los españoles quienes terminaron prácticamente con los indígenas, fueron/fuimos los chilenos independientes.
Para concluir, ese trato peyorativo del español respecto del indígena pareciera que caló hondo en el sentir respecto de los orígenes nativos de los chilenos actuales. Hasta hace poco tratar de indio a alguien era un insulto. Varios chilenos con apellidos de origen indígena los han cambiado por españoles, justamente para no sentirse discriminados. Por otra parte, no son pocos los que no reconocen tener antepasados indígenas. Más allá del cariño o desprecio con que miremos a aquel grupo, no juzgo a nadie, lo único claro es que llevamos su sangre.
[1] Soledad Berríos del Solar (editora), El ADN de los chilenos y sus orígenes genéticos, Editorial Universitaria, Santiago, 2016.
[2] Juan Guillermo Muñoz, "Los encomenderos, amos y patrones de indios en las estancias colchagüinas, según la Matrícula de 1698", Cuadernos de Historia Nº 15. Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, 1995 [publicado en 1997] 137-181.
Se agradece es buen aporte Cristian
Hola Benjamín, claro que conozco el libro. Lo que pasa es que usaban variantes del mapudungún y tenían comportamientos sociales distintos. El contacto con los diaguitas, por ejemplo, hizo que los picunches tuvieran acceso a otras tecnologías. Personalmente creo que venían de una misma raíz, pero que eran distinguibles entre sí, lo suficiente para considerarse distintos. Por otro lado, hasta donde sé la academia no ha cerrado el tema. Saludos.
Las divisiones que se hablaban por siglos corresponden a la visión españolizada de lo que observaron cuando llegaron a Chile. Picunche en mapudungun es gente del norte, o sea para un huilliche (gente del sur) un mapuche es un picunche. Pasa lo mismo por ejemplo en Magallanes, cuando llegó la noticia "ovejas del norte trajeron la sarna" y éstas procedían de Puerto Montt.
Muy interesante el artículo, sólo quiero dejar un alcance los picunches, pehuenches, huilliches, puelches y mapuches, todos provienen del mismo pueblo ya que desde Copiapó, exceptuando algunas partes, hasta Puerto Montt se hablaba mapudungun ("Los antiguos mapuches del sur" de José Bengoa).
Maravilloso articulo. Mi gratitud y un cordial saludo