La vida que se llevaba en Santiago de Chile hacia fines del siglo XVI y principios del XVII era difícil, había unos 1.000 habitantes en 1575 y unos 2.200 en 1625, y muchos vecinos iban y venían de la guerra; el comercio de apoco afloraba y las familias eran extensas, con padres, hijos, esclavos (cuando se podía), sirvientes que a veces eran parientes, y no era inusual que los niños se criaran en casa ajena. Como ocurrió con Miguel Díaz, el que fue criado por Ana Rodríguez, la esposa de Juan de Lepe. Por esta labor, Díaz le dio 400 pesos que Ana destinó para la dote de una de sus hijas. Este tema en particular me parece que no ha sido estudiado detenidamente; y en alguna conversación con el destacado colonialista Juan Guillermo Muñoz, surgió este tema, ya que sospechaba que hubiera mujeres dedicadas a la crianza de niños en aquel entonces. Yo he encontrado inclusive una escritura notarial por el cuidado de una niña.
En fin, Ana Rodríguez también destino todo su dinero a su hija Baltasara y cedió medio solar a otra de sus hijas. Hacia 1605 no tenía ningún hijo varón vivo.
Juan de Lepe y Ana Rodríguez, fueron padres de varios hijos que usaron muy variados apellidos:
1. Juana González, quien casó con Pedro de Aguayo, castellano de profesión curtidor, no dejando descendencia. A la muerte de aquel, contrajo matrimonio por 1618 con el sastre y hábil comerciante Martín García, quien había nacido en Andalucía. Tampoco tuvo sucesión del último.
2. Baltasara de los Reyes, casó con Juan Pérez de Aguayo, primo de Pedro antes mencionado. Juan testó en 1648 y sí tuvieron hijos.
3. Leonor Franca, casó en Santiago el 27 de junio de 1585 con el notable maestro carpintero barcelonés Francisco Esteban Valenciano, quien falleció en 1605, dejando tras de sí numerosas obras de importancia. Los franciscanos le tenían prometida una sepultura (en pago por sus servicios) y los mercedarios 15 misas rezadas durante los 15 días luego de fallecido. Dejaron sólo una hija llamada Juana Esteban, quien formó familia con el herrero Esteban de Arregui.
4. Francisca Rodríguez, quien casó en primeras nupcias con Juan Martín Galán, pero no tuvo hijos y debió fallecer por 1612. Luego volvió a contraer matrimonio con Diego de Cartagena. Este último matrimonio dejó descendencia de apellido Cartagena hasta la actualidad.
5. Diego de Lepe, quien nació por 1583, pero que debió fallecer párvulo.
6. Juan de Lepe, maestro herrero que comenzó a trabajar por 1583 y hacia 1587 formó una sociedad con Felipe Gutiérrez. No dejó descendencia y falleció antes de 1600.
Señalé que Juan de Lepe dejó sucesión fuera de matrimonio que es la siguiente:
7. ¿Pedro? de Lepe, de quien hablaré más adelante.
8. Mateo de Lepe, de quien también hablaré más adelante.
9. Bartolomé de Lepe, fue fraile y quizás hasta hijo legítimo. No se sabe mucho más de él, salvo que vivía en 1616.
Como se puede observar rápidamente, las alianzas matrimoniales de esta familia fueron dándose en el mismo marco de artesanos de donde provenían. Podría resultar curioso que el hijo varón del matrimonio decidiera ser herrero y no carpintero, pero ocurría que en la mayoría de las familias de artesanos la profesión llegaba apenas a la segunda generación. Cuestión que se observa distinta en al menos una línea de esta familia.
Creo que resulta mejor resumir el aporte de los Lepe durante el siglo XVII y de esta forma mostrar su participación y colaboración en el surgimiento de la ciudad.
Uno de los principales problemas que tenía Santiago a comienzos del 1600 eran las inundaciones que provocaba el río Mapocho, que como podrán saber, originalmente tenía dos brazos que rodeaban la capital. Uno de ellos se ha mantenido, pero el otro, que pasaba por la actual Alameda y que se originaba a la altura de Plaza Italia, fue secado. Hacia 1609 se produjo un desborde que afectó prácticamente a todo Santiago, así que el cabildo decidió remediar esta situación con la construcción de unos tajamares que impidieran el paso hacia la parte construida (al sur del río). Por lo anterior, en 1612 se le solicitó al carpintero Mateo de Lepe que lo construyera: “hizo un tajamar de cabrías de madera, que ha servido hasta el presente, con cuya defensa se estorbó la total ruina dela ciudad”. Pero, aunque el esfuerzo parecía bien intencionado, el bravo río Mapocho se resistía a ser controlado y terminó botando el primer tajamar construido en la capital del reino. Hacia 1637 se les solicitó a los carpinteros Juan Álvarez y Pedro de Lepe que construyeran uno nuevo. La historia de los tajamares recién terminaría a fines del siglo XVIII cuando se invirtió lo suficiente para hacer algo realmente sólido.
Otro río también trajo problemas, el Maipo, ubicado al sur de la capital y que dado su caudal en determinadas fechas del año, hacía imposible el tránsito al gran valle que se habría hacia Pirque y donde se cultivaban las verduras que se consumían en la capital. Se hacía necesario construir un puente. La impetuosa naturaleza presionaba el gasto público y como resultado no había suficiente dinero para casi ninguna reparación o arreglo. Así que, aunque se pretendiera hacer trabajos definitivos lo que terminaba ocurriendo es que se implementaban soluciones “parche”, construidas para durar poco tiempo (cualquier semejanza con la actualidad, es pura coincidencia). El puente sobre el río Maipo no fue la excepción. En 1620 se le solicitó a Mateo de Lepe que hiciera el diseño de uno duradero; en 1622 se le pidió al vecindario que aportara para su construcción mediante un impuesto extraordinario. En 1631 el cabildo nada había construido y se reactivó la idea de construir el puente diseñado por Mateo, hacia 1650 se le pidió a Juan de Lepe y Pedro de Dinamarca que fueran a inspeccionar la ubicación y tres años después que el nuevo lugar lo viera Pedro de Lepe. Al final, no se construyó el puente diseñado por Mateo, sino uno de cuerdas que cada cierto tiempo sucumbía.
Siguiendo con las aguas, otro de los problemas para Santiago era el de contar con agua que se pudiera tomar, ya que la del Mapocho era turbia y no apta para el consumo. Se decidió traer agua del estero Rabón o Ramón o San Ramón hasta la capital de forma temprana, de tal manera que llegara a la Plaza Mayor (plaza de Armas) y los vecinos pudieran ir con sus vasijas. Por lo tanto, se debía instalar una fuente en el centro. En 1633 Mateo de Lepe estaba trabajando en una pila, aunque seguramente por falta de presupuesto no se continuó, en 1655 hacia lo mismo Juan de Lepe; recién a fines de aquel siglo se construyó una pila, que hoy se conserva y se encuentra en el edificio de La Moneda. De forma intermitente hubo abastecimiento hasta llegar al siglo XIX, cuando ya fue regular.
Sumado a los anteriores temas, en la ciudad se debían construir las casas del cabildo (que funcionaba regularmente en la de algunos de sus miembros); la casa de las Recogidas (donde irían a parar las mujeres de malvivir); la cárcel pública, la carnicería y el edificio de la Real Audiencia, entre otros. Entre 1650 y 1670 los alarifes de la capital fueron Pedro de Lepe y Juan de Lepe, quienes se hicieron cargo del avance de estas obras.
Me extendí más de la cuenta, aunque me parece que ha quedado claro que los Lepe pueden ser considerados, con tranquilidad, como parte de los forjadores de la ciudad de Santiago. En cuanta urgencia capitalina había, aparecían: diseñando, construyendo e inspeccionando. El aporte de estos hombres rara vez aparece mencionado y sin embargo, sus esfuerzos apuntaban a mejorar la calidad de vida de los vecinos.
En el próximo capítulo sí me centraré más en estos personajes de manera individual y familiar, aunque no garantizo que termine esta historia... Es que hay tanto que decir, que prefiero extenderme a riesgo de omitir cuestiones valiosas. Espero me entiendan.
Hola, mi padre tenía por nombre José Angel Lepe Cofré, mira que coincidencia, leyendo la historia de don José de Lepe, ví que tu apellido es Cofré. Saludos