La figura tan conocida de la incoherencia moral entre quien dicta una norma para el buen vivir, pero en cuanto se encuentra sin ojos que lo vean, actúa de forma opuesta: el cura Gatica: “predica, pero no practica”.
La sabiduría popular no se viene con enredos, es simple, pero profunda. Con pocas palabras entendemos perfectamente lo que refiere y me acordé al instante de un cura párroco que allá por 1808, hace más de 200 años, tuvo la idea de efectuar un pomposo entierro a una señora que había fallecido en la villa, cuyo nombre era doña María del Tránsito Coo.
La desdichada mujer había pasado muy malos ratos en la última etapa de su vida y seguramente recordó cuando un joven Santiago Verdugo, con la venia de sus padres, la cortejó y le hizo una propuesta que esperaba desde el primer momento, formar una familia. El compromiso se concretó en la ciudad de Santiago de Chile y deparó en un primer momento un buen futuro para la pareja.
Don Santiago Verdugo había partido tempranamente en 1782 como un joven industrioso que se dedicó a la minería, administrando dos trapiches de oro en el Asiento de Alhué. Los trapiches eran fundamentales para esta industria porque allí se molían las piedras y se extraía el rico mineral. Al poco tiempo, apenas dos años después, logró juntar un buen dinero que le permitió comprar uno de los dos trapiches que administraba a don Antonio Gamboa. La ganancia de este negocio venía dada por una parte del oro que se extraía mediante la molienda de las rocas. Poco a poco fue adquiriendo una mejor posición económica, lo que le permitió ofrecer un buen pasar a doña María del Tránsito.
En la década de 1790 arrendó la estancia Yerba Buena en la misma localidad y realizó algunos tratos comerciales de buena rentabilidad entre las partes, pero en la siguiente década tuvo inconvenientes con el coronel don Juan Ramón de Azereto, quien en 1807 le quedó debiendo dinero y provocando que don Santiago no pudiera cumplir con sus obligaciones financieras. Esta situación lo llevó a ser requerido por la justicia, la que dictó embargo de sus bienes. Entonces, don Santiago fue a la capital a intentar solucionar sus dificultades financieras en febrero de 1808.
Por la misma época llegó a la villa de Alhué un nuevo cura, se trataba de don Francisco de Paula Godoy, quien apenas instalarse se encontró con el fallecimiento de doña María del Tránsito Coo, la mujer de Verdugo, que no alcanzó a dictar su testamento, pero por suerte recibió la extremaunción dada por el párroco. Era joven y dejaba un pequeño hijo que debía criar su esposo. Se desconocen las causas del deceso, pero todo apunta a que fue muy rápido como para ofrecerle algún remedio.
Como don Santiago estaba en la capital, el cura tomó la iniciativa respecto del entierro que había que darle a esta señora, con muchas velas, honras y la promesa de decir por su alma 45 misas. Terminó siendo un pomposo funeral, que calculó el cura, estaría acorde a la calidad de la difunta.
Al volver Verdugo a la villa, se enteró del sensible fallecimiento de su compañera de viaje y del funeral que tuvo, haciéndole ver el párroco que fue una más que digna despedida. Aunque no pudo estar allí, probablemente le hubiera agradecido al sacerdote tanta preocupación si no fuera por un detalle importante, bueno, más que un detalle. El cobro de la ceremonia ascendió a 160 pesos y 4 reales, una fortuna. La cara de Verdugo debió cambiar rápidamente de expresión ante tamaño absurdo. ¡En qué momento este cura habrá creído que un funeral podía costar tanto!, ¿creerá que soy… ?
Aunque es muy difícil llevar aquel dinero a la actualidad, equivaldría más o menos al cobro de un funeral con varios curas, ceremonia extensa, iglesia totalmente iluminada, sacristanes… multiplicado por tres.
Y cuando el cura Godoy fue a cobrarle aquel dineral, obviamente Verdugo lo encaró y se negó a desembolsar aquella ridícula cantidad. No contento con tan gran desacato, el párroco recurrió a la justicia para que le fuera pagado lo que le correspondía “legítimamente”.
Pero entonces Verdugo dio cuenta del absurdo al recalcar que antes había pagado por su suegra, por ejemplo, apenas 35 pesos por un entierro mayor, con honras y cabo de año; que Godoy no pretendiera obtener más de cuatro, casi cinco veces más; que en el detalle del cobro (se ve que el cura era muy meticuloso) se incluyeron 45 pesos en velas, cuando para los Domingos de Resurrección, el día del año donde más se gasta en iluminar la Iglesia, se pagaban 12 reales o a lo máximo 2 pesos. ¡45 pesos se gastan en el año entero!, además el funeral fue sin asistencia de convidados ni convite de personas decentes y en un pueblo pequeño, entonces ¿cómo se pretendía cobrar algo tan excesivo?
La justicia eclesiástica consideró algunos gastos fuera de norma, como otros 45 pesos por las misas (que quería obligar hacer) para el descanso del alma de doña María del Tránsito, otros cobros respecto del entierro también bajaron, en resumen el monto total ascendió a 93 pesos y cuatro reales. Sin embargo, dicho valor distaba notoriamente de lo que Verdugo consideraba justo (y tú y yo también, seguramente). No importó que sus bienes estuvieran embargados, porque el diputado de justicia local echó mano a ellos y los sacó a remate. No era tanto el valor que tenían, pero la tasación aseguraba que se pagaría la deuda.
En ese entonces, Verdugo, endeudado, viudo y enfrentado al cura del pueblo (una autoridad local) recurrió a la justicia civil, apeló a la Real Audiencia y esta sancionó que se volviera todo atrás, que el cura no recaudase el exceso, ni los 160 pesos, ni los 93; y para fortuna de don Santiago, no hubo postor para sus bienes, por lo que pudo recuperarlos de inmediato. Aunque la justicia civil no decretó un monto, sí dejó en claro algo, que el párroco no se podía aprovechar de esa forma de las personas, no podía propugnar el bien actuando en contrario.
Años después, cuando se comenzó a vivir el periodo independentista, con facciones de un lado y otro, el cura Gatica, perdón Godoy, se inclinó por el bando realista, haciendo todo lo que estuviera a su alcance para prohibir alcaldes contrarios. Coincidentemente con los acontecimientos nacionales, alcanzó a ser el cura de la villa de Alhué hasta comienzos de 1817, poco antes de la batalla de Chacabuco que prácticamente dio la victoria definitiva a los patriotas.
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