Todos los testigos argumentaron de forma similar que María Gómez “era una mujer de mui buen juicio, que nunca avía dado ocación de que se ablase de ella por su onestidad, recogimiento y sugesion a sus padres”; “que nunca le a visto acción q[ue] no sea onesta… que siempre a tenido buen consepto de ella”; “que siempre la avia visto acompañada de alguno de sus padres quando salía de su casa y que vivía mui sugeta a ellos, sin que se vea sola en fiestas o paseos”. Concordaban, además, en que no les parecía creíble -porque “no sabía, ni había oído decir”- que tuviera trato ilícito ni con José Carreño, ni con Antonio Ronda.
Nada más sabemos hasta el 18 de noviembre de 1756, cuando el Obispo don Manuel de Alday pidió que declarara Casilda Gómez, la hermana de María, y el novio, Pablo Carreño. Esto porque ambos fueron aludidos en los testimonios. El interrogatorio fue llevado a cabo por fray Bernardo Corbalán, ante el notario público local Pablo Oviedo. Casilda declaró que no sabía de las amistades que se le imputaban a su hermana, “ni menos malisia ninguna por donde aia podido tener alguna sospecha”. El novio, por otra parte, fue consultado si su tío José Carreño le había ofrecido un caballo para declarar contra la novia de Antonio Ronda, como había sugerido María Gómez en su declaración; y explicó que no había sido José Carreño, sino Bernardo Ronda.
Entre tantas declaraciones donde se describe moralmente a María Gómez, expuesta bajo una lupa, también surgieron algunas características del diario vivir, por ejemplo, María apoyaba a su familia en la cocina, hilando y “principalmente en labrar ponchos”, más “otras ocupaciones mugeriles” (ya sabemos que lavaba a orillas del Puangue), que sus padres poseían algunos bienes de campo, como “bacas, ovejas, y cabras”, y que antes habían vivido en “las juntas de Puangue y Maipo”, que pareciera ser común que se visitaran entre familias, como cuando un día Domingo llegó a casa de los Gómez Antonio Ronda con su mujer y suegro “a pasear y comer sandillas” durante la mañana. ¡Había sandías para disfrutar!
Por fin, el 12 de enero de 1757, medio año después de que formalizaran el casamiento, el Obispo declaró que no había impedimento para que contrajeran matrimonio Pablo Carreño y María Gómez, y que tanto José Carreño como Antonio Ronda debían pagar 20 pesos cada uno por concepto de costas del juicio; la mitad para la iglesia de Melipilla y la otra parte iría a parar a la Santa Cruzada. Como había pasado tiempo desde el inicio del juicio, el cura debía realizar nuevamente las proclamas.
En definitiva, Pablo Carreño y María Gómez se podían casar. Pero no lo hicieron.
Tal parece que durante este tiempo se produjeron desavenencias en la pareja, sin duda al enfrentarse las familias ya nada fue igual. Se quebró la relación y cada uno tomó caminos separados. De hecho, Pablo Carreño contrajo matrimonio en 1764 con Segunda Tapia, con ella engendró al menos seis hijos y falleció en 1790, cuando tenía exactos 60 años de edad. A María Gómez la identifico con María Rosa, quien casó en 1766 con José Antonio Saavedra, aunque desconozco si dejó descendencia.
José Carreño falleció en 1767, soltero. Si nos atenemos a lo señalado por María Gómez, no era un tipo que tratara bien a las mujeres. Y no sé si a ustedes les llamó la atención que, en la declaración de Antonio Ronda, éste tuviera que remontarse cuatro años antes para situar la cópula ilícita que tuvo con María Gómez, pero esto se explica porque él contrajo matrimonio en 1753 y, por lo tanto, no podía dar una versión de encuentros posteriores a esa fecha, de lo contrario quedaría expuesto como mal cristiano. Aunque, no creo que podamos desestimarla solo por ese conveniente ajuste de años.
Y ¿quién decía la verdad? A ojos del Obispo, María Gómez. A mis ojos, no sé, y lo más probable es que esa verdad nunca la alcancemos a prueba de dudas, ¿qué crees tú?
¿Cómo habría cambiado la historia si se hubieran casado Pablo y María? Los más perjudicados serían sus actuales descendientes!! A fin de cuentas, las cosas fueron como fueron, en una época donde las familias parecieran ser clanes y no solo parejas con hijos; donde aparecían visitantes sin aviso y donde la economía campesina se sustentaba en el apoyo entre los vecinos y por supuesto, primeramente, al interior de los grupos sociales más fundamentales y cercanos: una extendida familia.
Después de todo, cuando cae la tarde, y contemplamos un lindo atardecer idealmente, miramos con cierta nostalgia lo que hicimos y lo que fuimos durante la jornada, pero también sabemos que habrá otro día para seguir escribiendo una nueva historia, con tramas desconocidas y episodios inesperados, pero y, he aquí la brutal verdad que nos restriegan estos documentos antiguos, el final es lo único que sabemos de antemano.
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